Todas las mañanas, al sacar el auto de la cochera, abrimos la puerta de casa para que La Manada de Luke pueda disfrutar (o lo que sea que hacen) en el frente de la casa mientras pueden realizarse las tareas del hogar. Como son mascotas muy integradas en la familia, generalmente se apropian de la casa cuando salimos a trabajar, y suelen tener un horario programado para lamentar nuestra salida, manifestándose con un espectacular aullido coral al mejor estilo lobeznos salvajes.
Por supuesto que la conciencia por ruidos está anotada, y por ello intentamos calmar al grupo distrayéndolos para no generar el efecto dominó en los dogos que viven al frente, o los que están al lado, o los que pasan por la vereda, que suelen prenderse en la movida para al menos identificarse como extraños a la manada.
Otra responsabilidad como tenedores de mascotas rescatadas es la del cuidado sanitario y bienestar mental de nuestros animales. No es fácil, y menos aún en pleno ciclo crítico de la economía mundial poder dedicarnos a estas buenas obras sin hacer grandes sacrificios, pero vale la pena, creo que sin dudas es lo que nos hace-ser-humanos…
Pienso que la verdadera satisfacción de tener una mascota (o muchas…), radica en que el resguardo y protección se vuelven inevitablemente dolorosos a la hora en que advertimos que los vamos a sobrevivir, y aunque duela, pues es una situación generalmente dolorosa la pérdida de un com-pañero, nos debe llenar de orgullo el hecho de que participa-mos en un proyecto de construcción de vida que emprendemos desde el momento en que los adoptamos.
Ese ejercicio de lo que hacemos a sus consecuencias, es la enseñanza que nos permite crecer y ser, porque la solidaridad es un valor a recuperar, no perdido…